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La soñadora descalza.

Había una vez una mujer muy soñadora durante el día y muy despierta por las noches. En cuanto se acostaba empezaba a rebuscar en el baúl de las hadas antiguos secretos y nuevos sueños. La víspera de su treinta y cinco cumpleaños se puso a soñar que volaba y tantas ganas le entraron que se fue directa a la caja de las cosas olvidadas y allí encontró las  zapatillas de siete leguas que le había regalado su madre cuando cumplió quince años. Sólo se las había puesto una vez, y nada más anudarlas había dado tantos brincos, que se las sacó asustada y las guardó hasta ver si con el paso del tiempo se calmaban.

Después con los amores y llantos de la adolescencia, se olvidó de ellas hasta esa noche que las encontró envueltas en un papel de celofán de color rojo brillante. Eran unas flamantes bailarinas de color fucsia con dos pompones amarillos como dos soles. Dentro había un cartel con las instrucciones: Úsalas sólo de día, con la luz de la luna las bailarinas se diluyen y puedes acabar descalza. Esa noche la pasó en vilo imaginando los sitios a los que podría llegar, los países que visitaría, las personas nuevas que iba a conocer en su viaje y todas las aventuras por descubrir. Y casi sin darse cuenta el amanecer le sorprendió hablando sola con sus zapatillas. Los pompones la escuchaban sorprendidos, pero abiertos a cualquier destino con tal de no pasar más tiempo apolillados entre los recuerdos.  En cuanto vio que la luz entraba por su ventana se las calzó, y en un tris tras se vio en medio de un bosque de pinos. Allí  se encontró con un  sialgundía que volaba de copa en copa y que al verla se puso a cantar con el pico hacia las nubes. 

Si algún día estás alegre, comparte la sonrisa y te la devolverán repetida

Si algún día estás triste, aprovecha para cantar en voz alta, los pulmones y la mente se ensancharán y las tristezas marcharan

Si algún día amanece nublado, pinta un hermoso paisaje con arco iris en tu ventana

Si algún día te levantas con ganas de comerte el mundo, ponte una servilleta y reparte el botín entre los cercanos

Si algún día echas de menos a personas, acude a su encuentro, te aguardan con los brazos abiertos

Si algún día te sientes recompensada por tu esfuerzo, date unas volteretas de satisfacción

Si algún día tienes algo que decir, grítalo muy fuerte pero en voz calma para no asustar a los pretenciosos

Si algún día quieres venir conmigo, hazte pequeñita y tu corazón se hará grande 

Y ella se fue volando con él de copa en copa hasta que con tanto ejercicio empezó a sentir hambre y sólo era capaz de pensar en como estaría aquel sialgundía frito al ajillo, pero luego lo pensó mejor y se conformó con imaginar un asado de cabrito con patatitas doradas y setas y zanahorias y… La boca se le hizo agua, el agua se hizo mar y al estornudar le salieron dos peces plateados con ojos redondos como rosquillas.  Miró golosa aquellos ojos y dudó un instante en hacerlos servir de postre, pero apenas le iban a llegar a un diente así que se agarro a las colas de los peces, uno en cada mano, y de un salto se plantó en medio del océano. Fue surfeando con ellos por las olas hasta que por fin divisó entre las nubes un pueblo blanco y azul.

La perspectiva de volver a pisar tierra firme y la posibilidad de una mesa con mantel y viandas le hizo volar de felicidad, así que soltó a los peces y se sumergió en unas angostas callejuelas que la condujeron hasta una plaza grande y cuadrada. En medio de la plaza había instalados numerosos puestos de feria con toldos rayados. Buscó con la mirada un bar, se conformaría con una cerveza con olivas… Pero aquella feria resultó ser sólo de cosas intangibles y poco comestibles para su desgracia.

En el primer puesto en que se detuvo se encontró con una vendedora de palabras. Las llevaba ensarilladas en finos hilos de tejer historias, un sarillo por cada letra del abecedario.  La vendedora cacareaba las alabanzas de su mercancía mientras hacía ganchillo con letras góticas:

Aros y anillos para anudar abrazos y aventuras

Besos y botones para bebedizos y bordados.

Busca, busca entre las burbujas la brisa de mil banderas.

Cada casa es un castillo, cada camisón un camino que cubre el cuerpo con cálidas caricias

¿Dónde está la doncella, dúctil como la danzarina, dulce como esta deriva hacia la diversidad?

Entonces se escribió la enrevesada enseñanza de ella y él entre elevados y eléctricos esbozos

Focas felices fueron de fiesta en fiesta hasta que el futuro sólo fue un fino y frágil fin.

 

Aquellas palabras no le decían gran cosa y la vendedora, tan entretenida como estaba con su ganchillo gótico, tampoco le hacía mucho caso, así que después de la letra f se fue con la música hasta otro puesto en el que regalaban versos de humo. Un marinero de pelo y barba blanca hacía versos con el humo que salía de su pipa…  

Aquí estoy detenido en esta plaza como si nadie ni nada pudiera inquietarme. Pero sé que un futuro me aguarda sin pausa ni plazo fijado.Una brisa de mar me detiene entre pensamientos cercanos. Y vuelo en su búsqueda bajo el impulso del fuego que me da vida. Ven pues mi amiga, caminemos juntos entre las nubes. Hasta que sólo seamos un punto gris entre la fina lluvia de mayo. Las letras salían lentas y deshilachadas por lo que estuvo un buen rato sentada a su lado hasta que el tabaco de pipa se consumió, y el viejito se fue volando detrás del humo. Entonces ella se levantó y le siguió en la búsqueda de aventuras por el aire. Aún tenía muchas cosas que ver y descubrir, pero ya el día comenzaba a declinar. 

Un perfume de glicinias y lilas le sorprendió en pleno vuelo y le trajo recuerdos de una infancia lejana. Buscó con la mirada la casa de donde provenía aquel olor conocido y así llegó hasta una habitación orientada al sur y dentro de la habitación había una cama grande y dentro de la cama una soñadora y dentro de la soñadora una sonrisa. Los pompones buscaron cobijo entre los dedos y se pusieron a bailar al ritmo de una canción que surgía desde el interior de la casa:

Duerme mi niña duerme que yo velo tus sueños en la distancia

En cada mejilla un beso te doy cada noche

Y cada día cuando despiertas a tu lado estoy 

Cuando el amor te sorprende yo bailo contigo

Y cuando las lágrimas acuden yo te presto mis ojos

Una dulzaina entona una canción de despedida

Y la glicinia llora porque se va la primavera

Sin saber que en verano volverá a florecer contigo 

Por un instante pensó que era un espejo lo que tenía delante, pero  más tarde se dio cuenta que era sólo el cristal de la ventana, que era ella y no era, la que sonreía mientras dormía. El perfume dulzón de la glicinia le había dejado un sabor triste y un par de lágrimas resbalaron por su cara hasta los pompones que se cerraron al sentir el roce húmedo. Dos damas de noche del color de la luna brotaron en sus bailarinas y entonces se dio cuenta de que el sol estaba a punto de esconderse. Las horas habían pasado mucho más rápidas de lo que ella había calculado, muy pronto sus bailarinas serían sólo agua tibia entre sus pies. No había tiempo que perder, corriendo, corriendo, enfiló el viaje de regreso. Era su cumpleaños y no podía llegar tarde a la cita. 

Al llegar a la ciudad era casi de noche, tuvo miedo de perderse porque en la distancia los edificios le parecieron todos iguales, pero por suerte en el balcón de la casa de su abuela  habían construido una torre con empanadas, tortillas, ensaladas, verduras y canelones y en lo más alto de todo estaba la abuela encaramada con un cazamariposas en una mano  y una tarta de cumpleaños en la otra, y en cuanto la  vio aparecer, ¡zas!, la cogió al vuelo para que no se lastimase al aterrizar.

La entrada fue una cabriola limpia y ágil pero ninguna de las dos pudo evitar que se cayeran las últimas gotas que quedaban de sus bailarinas. Sintió un poco de añoranza al verlas desaparecer entre las baldosas, pero sólo fue un instante; siempre hay día en que  los regalos se pierden y los sueños se diluyen, pensó.  Además no importaba, ahora ya estaba en casa y podía andar descalza, así que se despidió con cava de sus zapatillas de siete leguas y brindó con su abuela y el resto de la familia por un nuevo viaje sobre suelo firme.  

Y siguió soñando que soñaba, y al despertar esa mañana de su treinta y cinco cumpleaños, le llegó por las ondas un olor dulce de lilas y glicinias que puso en su mejilla un beso grande de felicidades.  

(Cacheiras, 7 de Mayo de 2007)

 

Y colorín colorado, este ha sido mi cuento de cumpleaños... hasta el año que viene!!!

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