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Vivo en una montaña con boquitas pintadas…

Cada boquita es una casa, con sus pasillos, salas y habitaciones…, más amplias o más chicas, y mejor o peor iluminadas.
En cada casa entro como Papá Noel, con mis sacos de historias alegres, de horas tristes, de soles tibios, de lunas claras, de aguas limpias y de abrazos fraternos, de encuentros deseados, de amargas injusticias, de pensamientos necios, de horas perdidas y de perfumes nuevos…
Estos días he llenado mi último saco. Camino con él. Pesa poquito, pues las cosas hermosas son cargas livianas dulces de llevar. Con este saco me quedaré yo… No lo llevaré a ninguna casa de las que se esconden tras las boquitas pintadas. Así, podré abrirlo en mis soledades y jugar con lo guardado…
Un día jugaré con el cariño; otro, con las palabras; otro con los silencios llenos de miradas; otro, con las sonrisas, los abrazos y los silencios llenos de miradas; otro, con los paseos compartidos y con los cansancios que entregamos al sueño… Otro, con el mañana, pues verte mañana hoy es mi deseo… Otro, con el desorden, la prisa, el frío otoñal de la vieja ciudad… que también esto fue vivido y coparte espacio con los demás compañeros.
Este es mi saco. Cuando camino, unas veces lo llevo a la espalda; otras, atado a mi cintura; otras, abrazado sobre mi pecho. En este caminar, los instantes felices que viven en mi saco, se chocan y entrelazan, y producen tal ruido que parece que pretenden llamar la atención de todo el mundo… Pero no es así. Tan sólo yo lo escucho, y también aquellos que cuentan con mi licencia.
Muchos días me siento sobre la hierba de mi montaña. Abro mi saco, tomo las cosas y las extiendo sobre la hierba pequeña y dura. Primero, las miro… y, después, las abrazo, juego con ellas, las dejo rodar, las beso, hablo con ellas, las invito a bailar… Después, las recojo, las introduzco en su saco y continúo mi quehacer…
Cuando me acerco a las boquitas pintadas para dejar momentos ya vividos, guardo el saco de mis felicidades, “mi hermoso saco”, dentro de mi corazón, para no perderlo o confundirlo con otro de los que llevo. Después, en mi soledad, lo vuelvo a poner en su sitio, donde pueda verlo, donde pueda abrirlo, donde pueda sentir su canto y su roce mientras camino.

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