Cuentos de Otoño
Hacía sólo una semana que había comenzado el otoño, pero los primeros fríos surgieron sin previo aviso, y el viento calido de días atrás, precipitó las nubes sobre las montañas que se deshicieron en lluvia blanca.
Y así eran sus cabellos, su bigote, su barba de dos días; como la nieve alto y delgado, de ojos verdes como su montaña.
Ella guardaba aún el calor del Mediterráneo recién visitado, el sol y el viento que habían salpicado su piel con suaves manchas y viajó hasta la montaña.
Una pequeña bolita de nieve que había dejado la lluvia de la noche anterior, apareció en el suelo escondida entre las hojas y las castañas
Sus miradas se cruzaron al descubrirla, y sus manos la recogieron al unísono después abrieron sus corazones para acomodarla y poderla observar con más detenimiento y vieron con regocijo que sus palabras la agrandaban
Y entonces él le dijo: Mi amor es como esta bolita de nieve, que se agranda en cada encuentro y con cada ausencia se renueva.
Y ella le contestó: Voy a construir en tu montaña una ladera por la que discurra, cada vez más suave, cada vez más larga, para que las rutinas no la precipiten al vacío, para que su final no se vislumbre.
Y en otoño la bolita de nieve comenzó a rodar por la montaña, las nubes y el viento la abrazaron, y con cada roce se hacía más grande y con cada palabra más firme.
Y así eran sus cabellos, su bigote, su barba de dos días; como la nieve alto y delgado, de ojos verdes como su montaña.
Ella guardaba aún el calor del Mediterráneo recién visitado, el sol y el viento que habían salpicado su piel con suaves manchas y viajó hasta la montaña.
Una pequeña bolita de nieve que había dejado la lluvia de la noche anterior, apareció en el suelo escondida entre las hojas y las castañas
Sus miradas se cruzaron al descubrirla, y sus manos la recogieron al unísono después abrieron sus corazones para acomodarla y poderla observar con más detenimiento y vieron con regocijo que sus palabras la agrandaban
Y entonces él le dijo: Mi amor es como esta bolita de nieve, que se agranda en cada encuentro y con cada ausencia se renueva.
Y ella le contestó: Voy a construir en tu montaña una ladera por la que discurra, cada vez más suave, cada vez más larga, para que las rutinas no la precipiten al vacío, para que su final no se vislumbre.
Y en otoño la bolita de nieve comenzó a rodar por la montaña, las nubes y el viento la abrazaron, y con cada roce se hacía más grande y con cada palabra más firme.
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