A mi me gusta colorear lo que veo y observo, lo que aprendo, sueño, siento, comparto y olvido... Supongo que fue lo primero que aprendí, y con los años le he pillado el gustito. Los colores van y vienen, entran y salen; algunos desaparecen dejando restos de contraste y saturación, algunos se esconden detrás del tono de otros y todos se crean a partir de tres linternas o de cuatro pigmentos, según quien aporte la luz.
Los primeros tonos que aprendí a colorear fueron los azules... los ojos de mi madre, los largos veranos en tarragona, el mar y el océano, el cielo... navegando por el lienzo de los azules, conseguí llegar a los verdes que observaba a través de la ventana de mi habitación: pinos, carballos, castaños..., espacios abiertos de libertad, los verderescentes del embalse de salime que nos saludan cada primavera, unos ojos verdes que encontré en mi camino... Entre los primeros y los segundos, fueron apareciendo el añil, los violetas y los lilas... horas de conversas y letras, complicidades, amistad, risas y más risas. Por aquí también circulan disfrazadas la tristeza y la nostalgia, que de vez en cuando terminan por encontrar su espacio entre las pinceladas que voy dibujando. Quizás ese ha sido el motivo de colocarlas al lado de los ocres, dorados, amarillos y naranjas: si el frío se arrima al calor, se acabará derritiendo...
Con los colores cálidos pasa lo que pasa... que si te acercas demasiado, te acabas quemando, pero si no te arrimas, te quedas helada. Son colores luz que me proporcionan energía y me cargan las pilas, son la pasión, el entusiasmo y la ilusión con los que emprendo cada proyecto, son la prudencia y la precaución que voy aprendiendo...
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